
Un suspiro al cielo: la historia de la Dormición y Asunción de María
En un pequeño rincón del Líbano, a orillas del Mediterráneo, vive Sor Evelyne, una religiosa maronita de 84 años que durante décadas ha custodiado con amor un antiguo manuscrito. Según la tradición oral de su convento, dicho documento —escrito en siriaco— relata una historia preservada durante siglos por los primeros cristianos del Oriente Medio: el tránsito de la Virgen María y su gloriosa Asunción a los cielos.
La historia comienza en Jerusalén, en el Cenáculo, lugar donde María pasó sus últimos años en oración y contemplación. Se cuenta que, al aproximarse el final de sus días, fue visitada por el arcángel Gabriel, quien le anunció que pronto sería llevada al cielo, en cuerpo y alma. María, llena de serenidad, aceptó el designio divino con las mismas palabras que una vez dijera en Nazaret: “Hágase en mí según tu palabra”.
Durante los días siguientes, los apóstoles comenzaron a llegar misteriosamente desde todas las partes del mundo donde predicaban. La tradición dice que fueron transportados milagrosamente por el Espíritu Santo para despedirse de la Madre del Salvador. Tomás, sin embargo, no llegó a tiempo, como también ocurrió en la resurrección de Cristo.
En el momento de su Dormición, los apóstoles rodearon su lecho, y un perfume celestial llenó la estancia. El rostro de María resplandecía con una paz inexplicable. Cerró los ojos suavemente, como quien se entrega al sueño confiado en los brazos de Dios. Fue así como “durmió”, sin dolor, sin angustia, sin corrupción.
El cuerpo fue depositado en una tumba del valle del Cedrón, cerca del huerto de Getsemaní. Durante tres días, los discípulos velaron el sepulcro, entonando salmos y oraciones. Al llegar finalmente Tomás, lloró desconsolado por no haberla visto partir, y pidió que se abriera la tumba para despedirse de ella.
Al abrir la sepultura, encontraron únicamente flores blancas y una fragancia celestial más intensa aún que la anterior. El cuerpo de María no estaba. En ese momento, los cielos se abrieron y una visión gloriosa apareció ante ellos: María era elevada en cuerpo y alma, rodeada por ángeles que la entonaban como Reina del Cielo.
Este testimonio oral, conservado por comunidades cristianas de Oriente, coincide con múltiples visiones místicas registradas siglos después por santos como Santa Brígida de Suecia o la Beata Ana Catalina Emmerick, quienes describieron con detalles sobrenaturales la Dormición y Asunción de María.
Lo que hace aún más conmovedora esta historia es que Sor Evelyne afirma haber tenido, cuando joven, una visión que la marcó para siempre. En ella, vio a la Virgen dormida, envuelta en luz, mientras una voz decía: “La Mujer vestida de sol no conocerá la corrupción”.
Desde entonces, cada año, el 15 de agosto, el convento maronita celebra una vigilia en la que se cantan antiguos himnos en arameo y se renueva la fe en la resurrección prometida. Para ellas, la Asunción no es solo un dogma: es una esperanza viva, un llamado a creer que el amor de Dios transforma incluso la muerte.
Esta historia, aunque no está escrita en los evangelios canónicos, vive en la memoria de la Iglesia desde los primeros siglos. Fue confirmada como dogma en 1950 por el Papa Pío XII, pero mucho antes ya era celebrada por la liturgia, el arte y la devoción del pueblo cristiano.
En la basílica de la Dormición en Jerusalén, aún se pueden ver iconos que retratan el tránsito de María, rodeada de los apóstoles, con Cristo llevándose su alma como una niña vestida de blanco. Esta iconografía resume el misterio: María fue elevada porque vivió unida totalmente a Dios.
En el corazón del creyente, la Asunción de María se convierte en promesa. Así como ella fue llevada al cielo, también nosotros seremos glorificados si vivimos en gracia. Ella es la primera redimida, la anticipación de la gloria que Dios ha preparado para quienes lo aman.
Hoy, esta historia llega hasta ti no como una leyenda, sino como una llama de fe viva. María no está en un sepulcro. Está en el cielo, intercediendo por nosotros. Y cada vez que la invocamos con amor, su presencia se hace cercana, maternal, luminosa.
Recordemos con amor este misterio: María, que nos dio a Cristo, ha sido glorificada por Él. Su Dormición fue paz. Su Asunción, victoria. Y su historia, un puente entre el cielo y la tierra para todos los que confiamos en su ternura maternal.