Nuestra Señora de Fátima: Un llamado del cielo para nuestro tiempo
| Por Claret Coromoto | Publicado en Aoraciones

Cada 13 de mayo, los corazones católicos se unen para recordar una de las visitas más conmovedoras de la Virgen María a la tierra: Nuestra Señora de Fátima. Fue en 1917, en un rincón humilde de Portugal llamado Cova de Iría, donde tres pequeños pastorcitos—Lucía, Jacinta y Francisco—fueron testigos de lo que el cielo aún hoy nos quiere decir: Dios no abandona a su pueblo.
Un mensaje que sigue ardiendo como el sol
La Virgen, vestida de blanco y resplandeciente como el sol, se presentó con palabras de paz: “No tengáis miedo. No os haré daño.” Así comenzó una serie de encuentros que no solo marcarían la vida de estos niños, sino la historia entera de la fe católica.
Les habló con dulzura y firmeza. Les pidió sacrificios por los pecadores, oración constante, especialmente a través del Rosario, y una entrega confiada al plan de Dios. Les prometió también que la gracia divina nunca los dejaría solos, aunque el sufrimiento sería parte del camino.
La paz, el Rosario y la conversión
En plena Primera Guerra Mundial, con el mundo desangrándose y el comunismo asomando como una sombra sobre las almas, la Virgen trajo una luz de esperanza: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra.”
Su llamado no fue un mensaje aislado para aquel tiempo, sino un eco que atraviesa los siglos, interpelando también a nuestra generación.
Tres niños, una cruz, una misión
Lucía, Francisco y Jacinta no sólo vieron a la Virgen. La escucharon, la obedecieron y la sufrieron. Enfrentaron burlas, amenazas y rechazo. Pero su testimonio, lleno de fe y sencillez, fue más fuerte que las dudas del mundo. Ellos vivieron lo que predicaron, y por eso, fueron elevados a los altares como santos.
Francisco y Jacinta partieron pronto al cielo, consumidos por la enfermedad y abrazados a la voluntad de Dios. Lucía vivió hasta el 2005 como religiosa contemplativa, siendo fiel a ese secreto celestial que había marcado su alma.
Un legado que sigue vivo
Hoy, más de un siglo después, seguimos acudiendo a Fátima con el corazón en la mano. Porque allí no ocurrió sólo una aparición, sino un llamado eterno: a la conversión, a la oración, al amor por los más necesitados de misericordia.
La Virgen de Fátima nos recuerda que la oración puede cambiar el rumbo del mundo. Nos invita a ser luz en medio de las sombras. Y nos ofrece su Inmaculado Corazón como refugio seguro.